Hace unos meses, llegó a mis manos el libro de Rafael Santandréu, Ser feliz en Alaska,en él nos presenta un método contrastado científicamente que nos permitir convertirnos en personas sanas y fuertes emocionalmente, sosegadas, centradas en el presente y liberadas de todos nuestros temores. Es un libro apto para regalar, yo lo he hecho en varias ocasiones y los homenajeados han quedado bastante agradecidos.
Uno de los capítulos del libro, habla de los problemas de concentración que sueles tener en casa cuando necesitas leer, estudiar o escribir algo. Vamos, cuando necesitas tranquilidad. Aquí te dejo el texto. Luego sigo contigo. Puedes descargar el libro aquí.
¿Puede uno concentrarse en una ciudad como El Cairo?
«En una ocasión tuve una paciente de unos cuarenta años dueña de una tienda de vestidos de novia de mucho éxito. Esposa y madre amorosa y diligente. Vanessa era muy divertida y por eso caía bien a todo el mundo.
Un día tratamos el tema del estrés en la maternidad: tenía trillizos y, con doce años, eran “supermoviditos”. Me explicó:
-Estoy histérica. No paro de gritar. Y es que los niños son un terremoto. No hay quien aguante su marcha.Imagínate :¡trillizos!
-Vale, vamos a hacer lo siguiente: imagina que vives en El Cairo. Que eres una exploradora de yacimientos antiguos y tienes un romance con un apuesto fotógrafo. Por las noches, al acabar tu jornada, te encuentras con él en uno de los restaurantes que hay en las azoteas de los edificios de la ciudad –le sugerí.
-¡Uau! ¿Puedo escoger a uno tipo Hugh Jackman?- preguntó riendo.
-¡Claro! Además del romance con Jackman tienes un trabajo interesantísimo descubriendo tesoros antiguos. Intenta imaginarlo : resides en un país exótico y llevas una vida genial. Ahora bien, también es cierto que El Cairo es una de las ciudades más caóticas del mundo, ruidos y desordenada. Pero eso le encanta al viajero, forma parte de la magia de esa ciudad donde todo es posible –expliqué con todo lujo de detalles.
-Ya veo por dónde vas…Quieres decir que yo podría ser feliz como una aventurera en una ciudad caótica como El Cairo pero también en mi casa, con el caos de mis niños –inquirió.
-¡Exacto!¿Lo ves? Nosotros no necesitamos paz para ser felices. Si abrimos nuestra mente, podemos disfrutar de la vitalidad de una ciudad con atascos, ruidos y fuertes olores por doquier. Y de la misma forma, tú puedes estar genial con el desorden vital de tus hijos.
A lo largo de la sesión fuimos estudiando argumentos que demostraban que Vanesa podía vivir la educación de los trillizos de otra forma, sin perder la serenidad. Y en poco tiempo fue capaz de leer tranquilamente una novela mientras sus hijos se peleaban en el salón de su casa. En otras palabras, mi paciente aprendió a renunciar con alegría a la comodidad, la tercera de las renuncias de nuestra pirámide del crecimiento personal.
Para su salud mental era fundamental que dejase de necesitar histéricamente que sus hijos fuesen de otra forma».
Concentrarse en la lectura o escritura con veinte pestañas abiertas.
Cuando vivía sola con mi dos westys tenía el despacho ubicado en el salón de casa. Siento decirte que tengo la suerte de vivir frente a la playa. Las tardes con el ordenador no eran nada productivas, me distraía con facilidad. Debía tener la puerta abierta ya que a mis dos perritas les encantaba entrar y salir del salón a la terraza y viceversa.
Las dos son súper simpáticas: les encantaba saludar a todo el que pasaba por la playa y siempre eran correspondidas, a veces de forma muy efusiva.
Todo este ruido me inquietaba y de forma automática buscaba otra cosa que hacer. Como desde el ordenador podía acceder a todas mis redes sociales y a cualquier información que se me antojase, dejaba de lado la escritura o la lectura y me zambullía en internet.
Trabajar con veinte pestañas abiertas era una situación tan cotidiana como lavarme los dientes.
El caso es que las tardes apenas eran productivas.
- El móvil
- El timbre
- El correo electrónico
- Los saludos efusivos desde la terraza…etc.
Todo interrumpía mi, ya de por sí breve, vínculo con Scrivener.
Antes me era más fácil sumergirte en la lectura de un libro. Mi mente se quedaba atrapada en la narración, en los protagonistas…¿No te pasaba igual?
Ahora casi nunca era así.
¿Sabes por qué te cuesta más concentrarte?
Mi primera capacidad en caer fue la concentración, después vino la agilidad lectora y selectiva. La concentración profunda que te venía de modo natural empezó a convertirse en una lucha.
Cuando el trabajo aumentó, empecé a agobiarme por mi falta de tranquilidad. En varias ocasiones pensé poner el despacho en otra habitación, ¿pero cómo iba a renunciar a las estupendas vistas? Con lo que a mí me gustaba mirar al horizonte y estar con mis perritas…
Me sentí como a la protagonista del relato.
Así que , creyendo que el problema era el ruido y las continuas entradas y salidas de mis perritas, compré tapones para los oídos de todas las variedades y colores. Creí que así podría mantenerme aislada de los ruidos de fuera.
Mi familia aumentó al mismo tiempo que mi trabajo, y no me quedó más remedio que cambiarme de habitación. Podría estar más tranquila, Kipa y Dharma continuarían entrando y saliendo del salón a la terraza y yo podría concentrarme en mi rincón particular, ajena a los sonidos.
Mi sorpresa llegó cuando nada más tomar posesión de mi nuevo despacho, ellas hicieron lo propio. Bajo mi mesa, acurrucadas sobre mis pies, las dos empezaron a pasar las tardes conmigo.
O sobre mi mesa…
Empecé a ser más productiva, pero no tanto como hacía unos años.
El quid de la cuestión: las veinte pestañas abiertas.
Entonces, leí esta frase del pensador Nicholas Carr:
Nuestros hábitos en la red son lo suficientemente sistemáticos, repetitivos e instantáneos como para reamueblar nuestro mapa neuronal y reprogramar nuestro proceso de pensamiento de manera casi irreversible.
Y esto me remitió a este artículo de la periodista Marta Peirano:
Cuando leemos en la red, nuestro cerebro está demasiado ocupado decidiendo si pincha o no en los enlaces, ignorando los anuncios y valorando el interés de los otros titulares para prestar atención a lo que lee, sin mencionar la interrupción constante de nuestros avisos de actualización (RSS, correo, SMS, etc). Al segundo párrafo nos impacientamos porque el navegador nos recompensa con deliciosas endorfinas cada vez que descubrimos algo nuevo, aunque sea irrelevante.
Y mi cerebro se reseteó. El problema no eran ellas, el problema era yo y mis veinte pestañas abiertas en el ordenador.
Mientras redacto este post para ti, Kipa y Dharma siguen con su rutina: despacho, salón, terraza, salón, despacho… Saludan a todo el que pasa, sea perro o persona, solo faltaba. Nada ha cambiado. Y yo sigo leyendo y escribiendo, solo que ahora:
- Leo en mi viejo Kindle, ese que no me permite navegar por internet.
- Escribo en un cuaderno y me he hecho con un programa de reconocimiento de voz.
- Dedico una hora al día a gestionar las redes sociales y el correo. Costó al principio, para qué te lo voy negar, pero la repercusión es la misma que si les dedico una tarde.
El agobio por mi falta de rendimiento se ha esfumado y las tardes vuelven a ser productivas.
Cuanto más usaba la red, más tenía que luchar para concentrarme.
¿Te está pasando algo parecido?
Aquí te dejo este manual completamente gratis. En él encontrarás pautas para leer más, ganar agilidad lectora y aumentar tu capacidad de comprensión. Tres destrezas que internet se está encargando de anularte.
Espero que te hay gustado el post, un abrazo lector constante.